Concierto 4 abril: Concierto para violín y orquesta de Barber

Continuamos nuestro recorrido por el programa del concierto del 4 de abril en la Sala Sinfónica del Auditorio Nacional, y hoy nos detenemos en el Concierto para violín y orquesta de Barber.

 

Este será el programa completo:

Dvořák: Obertura Carnaval, op. 92

Barber: Concierto para violín y orquesta, op. 14

Dvořák: Sinfonía núm. 9 «Del nuevo mundo» en mi menor, op. 95

 

Barber
Concierto para violín y orquesta, op. 14

Probablemente Samuel Barber (1910-1981) sea el compositor nacional estadounidense, fruto del gusto del público que siempre le acompañó y secundó en sus propuestas. Si en las décadas de 1930 y 1940 Aaron Copland gozó de gran predicamento en su país, muchas de sus obras no recibieron buena acogida por plegarse demasiado a la modernidad y a cierta disonancia, pero Barber siempre ha gozado del favor inextinguible de los suyos, sin duda por su inequívoco carácter distintivo frente a la atonalidad general y el dodecafonismo. Barber apostó por un tradicionalismo de carácter lírico, con unas melodías —en época en la que difícilmente se encontraban—, con variados ritmos y profundas armonías en medio de una orquestación serena y sin estridencias, todo fluctuación y naturalidad. Su obra es moderna y tradicional al tiempo, natural para el público y de un lirismo que hunde sus raíces en el Romanticismo decimonónico, de cuyas estructuras y armonías parte, sin dejarse influir por las vanguardias europeas que se extienden tras la Primera Guerra Mundial.

 

Su música se suele tildar, en el mejor de los sentidos, de seria. Eso sí, como alguien escribió, un especial concepto de seriedad cabe entender de quien compuso su primera obra a los siete años y la tituló Tristeza, por lo que apuntaba maneras claramente su espíritu melancólico. Y tal fue siempre el gusto del público por sus obras que Samuel Barber, rara avis, consiguió vivir siempre estrictamente de su composición.

 

Compuesta la primera versión de su Concierto para violín en 1939, entre Suiza y Estados Unidos, surgió por un encargo cuya entrega resultó accidentada y azarosa debido a la inconformidad del demandante, sus críticas y sus exigencias de reforma. Realmente la solicitud se la hizo Samuel Simeon Fels, industrial y filántropo de Filadelfia, para el violinista Iso Briselli, que había sido compañero de promoción de Barber en el Instituto Curtis de Música, graduados ambos en 1934. Fels realizó un primer pago para un concierto que debería estar entregado el 1 de octubre de 1939 y el autor se marchó a Suiza, donde compuso los dos primeros movimientos durante el verano de ese año, pero no pudo terminarlo allí porque la irrupción de la Segunda Guerra Mundial le obligó a volver a su país en un largo viaje.

 

Los dos primeros movimientos decepcionaron a Briselli, que los consideró poco virtuosos, de escaso vuelo y hasta infantiles en los detalles, por lo que interpretarlos no le favorecerían ni ganaría reputación con ello. Sugirió cambios, a instancias de su maestro de violín Albert Meiff, que Barber no aceptó, e incluso requirió un tercer y último movimiento que exigiera mayor virtuosismo, pero cuando llegó este, Briselli también lo consideró de escasa altura, liviano, corto y sin vinculación con los dos movimientos anteriores. Así, tras solicitar modificaciones que tampoco esta vez aceptó Samuel Barber, que confiaba en su obra, renunció el violinista a los derechos de interpretación y el compositor al segundo pago. No obstante, su amistad continuó para siempre, lejos de ser tomado por ambos como un casus belli.

 

La obra se estrenó en 1941 con la Orquesta de Filadelfia bajo la batuta de Eugene Ormandy y con Albert Spalding como solista, y en seguida contó con una rápida difusión. Aun así, algo no satisfaría del todo a su autor, porque entre 1948 y 1949 Barber hizo una segunda versión que estrenó como solista Ruth Posselt, en enero de 1949, con la Orquesta Sinfónica de Boston dirigida por Serguéi Kusevitski. Y hoy nadie duda, como incluso al final no dudaron sus primeros detractores, del carácter hermoso y romántico de este concierto, embellecido por su intimismo lírico, en especial de los dos primeros movimientos, serenos, y contemplativos, frente al intenso tercer movimiento final.

 

El allegro inicial comienza con un solo del violín que directamente expone un tema lírico, melancólico, sin introducción orquestal. Consta de melodías elegantes e introspectivas ligadas en ricas texturas orquestales, con algunas interrupciones más enérgicas, pero siempre junto a la claridad de la orquesta.

 

El segundo movimiento es un andante que se abre con el oboe cargado de reflexión. Elegante como el primero, domina el ascenso climático que tanto evoca al célebre Adagio para cuerdas de Samuel Barber.

 

El Presto del tercero es un rápido perpetuum mobile que permite explotar las posibilidades del violín y la altura del solista. Tiene alguna disonancia, fruto de alguna tenue experimentación del compositor. Es muy breve el movimiento, porque difícilmente podría mantenerse la intensidad enardecida de violinismo virtuoso y de orquestación brillante.

 

Imprescindible para:

  • Conocer de primera mano la obra del este autor de referencia estadounidense.
  • Empaparse del bellísimo lirismo tradicional en las obras de Barber.
  • Notar que no todas las obras del siglo XX están inmersas en la atonalidad y comprobar por qué algunas como esta han contado con el favor del público desde siempre.
  • Ampliar los conocimientos del virtuosismo violinístico.
  • Deleitarse en una obra elegante y melancólica de la mayor elevación.

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