Concierto 13 junio: Concierto para violín y orquesta de Brahms

El 13 de junio a las 19:30h, en la Sala Sinfónica del Auditorio Nacional de Música de Madrid, podremos disfrutar el último concierto de la Temporada Excelentia «Grandes Clásicos» 2023/24.

 

Este será el programa completo:

 

Schwarzman: Portrait for orchestra

Brahms: Concierto para violín y orquesta en re mayor, op. 77

Tchaikovsky: Sinfonía núm. 5 en mi menor, op. 64

 

Hoy nos detenemos en la primera gran obra del concierto.

 

Brahms

Concierto para violín y orquesta en re mayor, op. 77

 

Llegado Johannes Brahms (1833-1897)  a los 45 años en 1878, aún no había compuesto ningún concierto para violín y orquesta —solo compuso uno—, a pesar de que uno de sus mayores amigos desde los 20 años, cuando salió de Hamburgo para ganar nombradía musical, era Joseph Joachim (1831-1907), violinista de origen húngaro ya por entonces muy eminente. Y el violín era ajeno a Brahms, claramente pianista.

 

Cuando Brahms comienza la composición, lo hace encandilado desde su juventud por el Concierto para violín y orquesta n.º 22 de Giovanni Battista Viotti (1753-1824), concierto del que Joachim indica que su amigo Johannes se lo hacía interpretar hasta dos y tres veces seguidas. Viotti, fundador de toda una escuela violinística francesa, influyó en gran parte de los conciertos decimonónicos de violín, pues con su proverbial técnica contribuyó al gusto por los efectismos virtuosísticos, pero justo en el Concierto n.º 22 se encuentra un lenguaje compositivo sencillo y hondo, sin pirotecnias gratuitas.

 

Durante la composición, Brahms consultó mucho a Joachim —a quien dedicó la obra— por cuestiones de índole técnica, deseoso de hacer un concierto que realzara la destreza del intérprete sin perder su autenticidad musical. Brahms componía desde la visión de un pianista, y la confrontación entre ambos resultó crucial, pues Joachim realizó muchas sugerencias para la pieza, aunque no todas fueron aceptadas. Las dificultades técnicas, en especial para la mano izquierda, eran y son considerables. El tira y afloja entre ambos continuó incluso tras el estreno, verificado el 1 de enero de 1879, con el autor dirigiendo la Orquesta de la Gewandhaus de Leipzig en esa ciudad y con Joseph Joachim como solista, que además compuso la cadencia que todavía hoy se interpreta con frecuencia. Hasta la edición de la obra por Fritz Simrock, en octubre de 1878, se siguieron incorporando modificaciones.

 

El gran Joachim consideró que esta obra era uno de los cuatro grandes conciertos alemanes de violín: el más grande y serio, el de Beethoven; el de Brahms, que compite en seriedad; el de Max Bruch, el más exuberante y cautivador; y el de Mendelssohn, el más íntimo, una joya para el corazón.

 

Los guiños al Concierto de Beethoven son diversos, tales como elegir también la tonalidad de Re mayor o de comenzar con un muy largo movimiento lírico, en el que tras la introducción orquestal entra el violín con timbales, como en el beethoveniano, donde los timbales alcanzan gran uso. Y algo había de esto, cuando Joseph Joachim insistió en presentar un programa en el día del estreno que abriera con el Concierto de violín de Beethoven y cerrara con el de Brahms.

 

El primer movimiento es muy extenso, de más de 20 minutos, que ya recordó a Clara Schumann el primer movimiento de la Segunda sinfonía de Brahms. Cuenta con un sobresaliente preludio instrumental en el que presenta tres temas: uno lírico, otro enigmático y el último deudor del folclore húngaro. El lirismo del violín, en ocasiones plegado a cuerdas y vientos, comienza a alzarse frente a la orquesta con el tema húngaro y todo en él resulta sumamente evocador y de una elevación excelsa. Muchos han visto una batalla entre el violín y la orquesta, al menos hasta la cadencia. Termina con un largo y rápido crescendo agotador para el solista.

 

El segundo movimiento, de extrema delicadeza, comienza con una larga introducción del oboe acompañado del viento. Se hizo muy célebre la crítica a este movimiento del gran Pablo Sarasate (1844-1908) como violinista, pues no aprobaba que tuviera que esperar con el violín callado para escuchar al oboe tocando la única melodía de este adagio, lo que sin duda es una malévola hipérbole, por mucho que tarde en entrar el solista, pero entonces este entra bellísimamente y con decisión para desarrollar el tema junto a la orquesta y para hacer un fascinante recorrido por todo el adagio.

 

El movimiento final es un agitado rondó con temas de danza folclóricos cercanos a los aires húngaros —si bien no se limita a esto—, aderezado todo con cierto aire frenético y excesivo, pero con menos dificultades que los dos primeros movimientos para el intérprete y acaso más accesible por tanto para el oyente. No obstante, para el solista sí llegan momentos en los que debe acreditar su virtuosismo. El final causa un inesperado asombro, pues la música se va diluyendo en un bello languidecer violinístico en unos compases que parecen los últimos, pero entonces entra la orquesta con unos vibrantes acordes finales. Fue el movimiento más apreciado en el estreno de la obra.

 

Brahms se planteó escribir el concierto en cuatro movimientos, como hará en su Concierto para piano y orquesta n.º 2, algo extraño. Se trataba de un scherzo, pero no se decidió a hacerlo y parte de ese material fue a parar al segundo movimiento del mencionado concierto de piano.

 

En suma, no se trata de un concierto típico de virtuoso, pues persigue fines musicales de mayor trascendencia: comprende dificultades técnicas, pero al servicio de la seriedad de la obra y de su sensibilidad, no del lucimiento del solista. Y la orquesta tiene también un brillante papel en la composición y en la estructura del concierto, pues no se limita a acompañar, sino parece seguir principios sinfónicos que hacen compartir al violín y a la orquesta el gran contenido musical que engloba la obra.

 

Imprescindible para:

  • Escuchar uno de los más grandes conciertos de violín de todos los tiempos.
  • Conocer la excelsa composición violinística de un compositor de procedencia pianística.
  • Experimentar la recepción de un bello juego concertante muy peculiar entre el violín y la orquesta.
  • Recrearse en la riqueza temática de la obra y en su entrelazada y rica variación.

Ya están disponibles los abonos para la Temporada Excelentia «Grandes Clásicos» 2024/25