Concierto 17 abril: «Bolero» de Ravel

Continuamos nuestro recorrido por el programa del concierto del 17 de abril en la Sala Sinfónica del Auditorio Nacional, y hoy nos detenemos en el «Bolero» de Ravel.

 

Este será el programa completo:

 

Ravel: La Valse

Rodrigo: Concierto de Aranjuez

Ravel: Bolero

Falla: Noches en los jardines de España

 

Ravel
Bolero

 

Compuesto en la localidad francesa de San Juan de Luz en 1928, tras encargarle Ida Rubinstein un ballet de aire español, este bolero —danza tradicional andaluza— es un derroche de maestría orquestal al pasar la melodía constantemente de un instrumento a otro, al tiempo que es una de las obras más conocidas de la historia musical, hasta el punto de haber sido hasta hace no demasiado tiempo la que más derechos de autor generaba. Fue un éxito arrollador entre la crítica y el público desde el mismo estreno y su difusión se vio favorecida al grabarlo en disco en 1930.

 

El éxito desbordante impresionó a Ravel, que intentó desproveer a la obra de una significación especial y de la concesión de un gran mérito para reducirlo a la categoría de simple experimento de orquestación, de un simple juego. Él mismo indica que no se trata más que de un crescendo orquestal ininterrumpido y largo —de unos diecisiete minutos—, que empieza en un pianissimo y termina en un fortissimo, sin contrastes, un ostinato repetido 169 veces en un movimiento invariable, con una melodía repetitiva y con el ritmo inamovible marcado por un tambor. El crescendo se afianza por la acumulación de instrumentos cuya variación de timbres crea la ilusión de cierta mudanza donde no la hay.

 

En realidad usa dos melodías o dos temas de idéntica duración, de dieciséis compases cada una, que se encadenan una y otra vez. El primero aparece nueve veces en los instrumentos más agudos y el segundo otras nueve en los registros más agudos de instrumentos graves por lo común. Los inicios del Bolero se representan con instrumentos de viento —se suceden la flauta, el clarinete, el fagot…—, incluido el saxofón, de índole jazzística y no muy empleado entonces en las orquestas clásicas, lo que también confiere modernidad a esta obra. No obstante, Ravel también lo incluyó en la orquestación que realizó de los Cuadros de una exposición de Músorgski.

 

El empleo del color y el crescendo orquestal, su expansión calculada, es lo que permite al compositor mantenernos atentos, con inobjetable interés hasta su término, a una obra iterativa y sin sorpresas. Todo se mantiene así hasta el gran acorde disonante del final, que recuerda la consistencia espectacular con que concluye La Valse.

 

Imprescindible para:

  • Deleitarse con la maestría orquestadora de Ravel, referencia segura en el asunto.
  • Escuchar la obra de mayor recaudación de derechos de autor, lo que demuestra el interés general suscitado.
  • Asistir a una obra sumamente original que se propone serlo por una vertiente poco habitual.
  • Comprender in situ la auténtica variación instrumental, viendo la actuación de cada solista y entendiendo su encaje en el conjunto de la obra.