Continuamos nuestro recorrido por el programa del concierto del 17 de abril en la Sala Sinfónica del Auditorio Nacional, y hoy nos detenemos en el «Concierto de Aranjuez» de Joaquín Rodrigo.
Este será el programa completo:
Ravel: La Valse
Rodrigo: Concierto de Aranjuez
Ravel: Bolero
Falla: Noches en los jardines de España
Rodrigo
Concierto de Aranjuez
Un reto: esa es la génesis en 1938 de este concierto propuesto a Joaquín Rodrigo (1901-1999) por el guitarrista Regino Sainz de la Maza, que le insta a escribir un concierto para guitarra y orquesta, tras conocer otras obras suyas para este instrumento. Rodrigo entendía que era de máxima dificultad confrontar la guitarra con la orquesta y que no quedara subsumido inevitablemente su sonido, acallado, oculto. Además, el compositor no tocaba la guitarra, con lo que le faltaba conocer algunos matices posibles. Escrito en París entre 1938 y 1939, hasta el último momento compositor e instrumentista recelaban de las posibilidades de éxito de la empresa, pero el estreno en el Palau de la Música Catalana de Barcelona el 9 de noviembre de 1940 fue un éxito y Joaquín Rodrigo convirtió a la guitarra en auténtico instrumento de conciertos, aunque en ocasiones, y según las salas, se deba recurrir a cierta amplificación. Tanto confiaba el autor en la guitarra, que se llegó a negar a arreglar la obra para piano y orquesta, como le solicitaron.
Una década después, a partir del apoteósico éxito de la obra en París el 6 de mayo de 1950, interpretada por Narciso Yepes, con la Orquesta Nacional de España dirigida por Ataúlfo Argenta, el delirio fue inconcebible y la expansión fue ampliamente internacional, no solo la mayor para una obra española de cualquier tiempo, sino un éxito clamoroso en todo lugar donde se conocía, lo que llevó a que se hicieran versiones de todo tipo, desde adaptaciones de jazz —Miles Davis, Chick Corea…—, hasta canciones populares, especialmente recreadoras del segundo movimiento, que con desigual resultado se han venido repitiendo durante décadas.
El concierto no es programático, aunque evoca las impresiones que un compositor ciego como Rodrigo pudo experimentar paseando por los jardines de Aranjuez en 1933, de luna de miel tras casarse con la pianista turca Victoria Kahmi: el autor menciona el olor de las magnolias, el canto de los pájaros o el sonido de las fuentes, sensibilidad que quiere transmitir.
La obra, que consta de tres movimientos, actualiza y glorifica joyas de nuestro pasado musical, en especial de los Siglos de Oro y de la España dieciochesca, y tal es la base de su inspiración.
I. Allegro son spirito. De espíritu animoso, ritmo alegre y pureza melódica, incluye danzas tradicionales que redundan en una nostalgia de otros brillantes tiempos. Último de los movimientos en ser compuesto, Rodrigo consigue la difícil armonización entre la guitarra, con ciertos rasgos de visos aflamencados, y la orquesta.
II. Adagio. Una de las mayores celebridades musicales de la historia, pura melodía. El autor dice haber escrito “de un tirón” este “diálogo elegíaco entre la guitarra y los instrumentos solistas (corno inglés, fagot, oboe, trompa, etc.)”. Ese tono elegíaco responde, según palabras muy posteriores del autor y de su esposa, a la evocación del tiempo triste en que la pareja perdió al primer hijo que estaba esperando.
III. Allegro gentile. También escrito con celeridad y sin vacilaciones, según Rodrigo, es un dechado de donaire y de espontaneidad fresca, marcado por la ligereza de su configuración, a modo de danza distinguida y antigua, hasta la sorprendente suspensión final.
Imprescindible para:
- Solazarse en uno de los más extraordinarios éxitos musicales de la historia, el mayor de España.
- Sumirse en la hipnotizadora y sublime belleza de la melodía del
- Comprobar el sonido y el timbre de la guitarra en contraste con la orquesta en una sala de conciertos y entender tal confrontación singular.
- Percibir la gracia en la evocación de músicas y danzas españolas del pasado.