Concierto 26 enero: Gran Misa núm. 17 de Mozart

Continuamos nuestro recorrido por el programa del concierto del 26 de enero en la Sala Sinfónica del Auditorio Nacional, y hoy nos detenemos en la Gran Misa núm. 17 de Mozart.

 

Este será el programa completo:

Beethoven

Obertura Coriolano, op. 62

Mozart

Gran Misa núm. 17 en do menor, K. 427

Beethoven

Sinfonía núm. 7 en la mayor, op.92

 

Mozart
Gran Misa núm. 17 en do menor, K. 427

Esta misa mozartiana significa el cumplimiento de una promesa, en una época en la que su autor no componía obras de esta factura. Si Mozart compuso más de setenta obras de índole religiosa, dieciocho de ellas misas, la inmensa mayoría se realizaron mientras vivió en Salzburgo hasta 1781 a las órdenes de su príncipe-arzobispo, el conde de Colloredo, al que también servía su padre, Leopold Mozart. En ese 1781 rompe la relación con el conde por su carácter despótico y se marcha como músico independiente a Viena. En esta ciudad, alejado del ámbito eclesiástico, se empleó en la composición de sonatas, conciertos, sinfonías y óperas.

 

Pero el 4 de agosto de 1782 se casó con Constanze Weber y esto influye decisivamente para que por primera vez se decida a escribir una misa que no es por encargo. Y Mozart había hecho una promesa, según confiesa en una carta a su padre fechada el 4 de enero de 1783 —único escrito en el que menciona esta composición litúrgica que nos ocupa—, por la que si llevaba algún día a Constanze a Salzburgo como esposa estrenaría allí una nueva misa compuesta al efecto. Indica en la carta que la obra está aún a medio componer, pero pretende culminarla. Empezaría a componerla en el verano de 1782 y siguió con avances en 1783, aunque no logró terminarla realmente. Por otra parte, la suma de devoción y de amor que suponía la promesa, se veía acrecentada por la intención de mejorar la relación con su padre, muy molesto por cuanto Wolfgang Amadeus decidió casarse sin consentimiento paterno, pues Leopold era reacio a que su hijo se uniera matrimonialmente a Constanze. De hecho, durante la estancia en Salzburgo con su esposa, que comenzó el 27 de julio de 1783, esta fue presentada por Mozart a su padre y a su hermana Nannerl, pues no la conocían.

 

La Gran Misa, K. 427 —en realidad una misa solemne— se estrenó en la Abadía de San Pedro el 26 de octubre de 1783, último día de la estancia de tres meses en Salzburgo, probablemente con Mozart en el órgano y acaso con Constanze como soprano solista, lo que se menciona en algunas ocasiones, pero de lo que no hay constancia documental. No se pudo celebrar en la catedral, dado que dos años antes se había quebrado su relación con el príncipe-arzobispo, pero el mencionado monasterio benedictino escapaba a su dominio y a su influencia.

 

Se trata la Gran misa de una obra monumental y ambiciosa, influida por los arreglos y el estudio concienzudo de la música de Bach y de Haendel: el “Aleluya” de El Mesías de este último se deja entrever en el “Gloria” mozartiano o Bach en concreto en el coro doble de “Qui tollis peccata mundi”. No obstante, ambas excelencias barrocas se vislumbran en coros y arias, como en la fuga prodigiosa del “Hosanna”. Este reconocimiento del Barroco quizá fue un nuevo aliciente para la composición de una misa monumental, acorde con la promesa formulada.

Mozart llegó en el verano de 1783 a Salzburgo sin la obra completa y allí avanzó más, pero la obra está inacabada: faltan algunas instrumentaciones; algunas piezas compuestas no responden a lo que el autor se propone y crea solo una parte —“Sanctus” a cinco voces, en lugar de coro doble de ocho voces—; falta el “Agnus Dei”… Si acaso la hubiera acabado, no hay copia que lo acredite ni mención alguna. En Salzburgo completó el “Kyrie” o el “Gloria”, pero la misa se verificó en una interpretación íntegra, por lo que debemos creer que las partes ausentes fueron suplidas por otras de Mozart, como con algún Agnus Dei anterior.

 

La Gran misa es una colección variada de expresiones y sentimientos artísticos y musicales, desde el apogeo expresivo del “Qui tollis” hasta la exquisita fuga del »Cum sancto spiritu» con su impronta barroca, pasando por la excelsitud del aria para soprano “Et incarnatus est”, un lánguido grave de inconmensurable belleza, y una de las piezas mozartianas de mayor sensibilidad dentro de su música sacra. Inolvidable.

 

Aunque no terminara la obra, en 1785 Mozart reelaboró algunos fragmentos, tomó algunas partes de la misa como el allegro vivace del “Gloria in excelsis Deo” o el dúo de sopranos del “Domine Deus”, compuso algún aria nueva… y completó así su cantata Davide penitente (K. 469) en una singular y acelerada forma de reciclado musical. Todo sirve con tal de mantener y difundir música tan divina y a la vez profana.

 

Imprescindible para:

  • Escuchar una de las obras sacras de mayor enjundia de la historia de la música.
  • Apreciar los estilos diferentes en las ocho diferentes partes del “Gloria”, verdadero prodigio de composición.
  • Reparar en la vinculación entre la música religiosa barroca y la clasicista, como en el “Benedictus”.
  • Valorar la hondura de su composición en una época vienesa de Mozart, simultáneamente entregado a obras llenas de luminosidad febril y alegría.

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