Concierto 26 enero: Sinfonía núm. 7 de Beethoven

Continuamos nuestro recorrido por el programa del concierto del 26 de enero en la Sala Sinfónica del Auditorio Nacional, y hoy nos detenemos en la Sinfonía núm. 7 de Beethoven.

 

Este será el programa completo:

Beethoven

Obertura Coriolano, op. 62

Mozart

Gran Misa núm. 17 en do menor, K. 427

Beethoven

Sinfonía núm. 7 en la mayor, op.92

 

Beethoven

Sinfonía núm. 7 en la mayor, op.92

Compuesta en cuatro movimientos entre 1811 y 1812, en parte mientras Beethoven mejoraba su salud en el célebre balneario bohemio de Teplice —muy solicitado por la aristocracia de la época—, se estrenó en la Universidad de Viena el 8 de diciembre de 1813 bajo la dirección del propio autor, que afirmó aquel día que era una de sus mejores obras. El estreno se verificó dentro de un concierto a beneficio de los heridos en la batalla de Hanau (30-31 de diciembre de 1813), en la que la unión de los ejércitos austríaco y bávaro derrotó a las tropas napoleónicas. En el discurso previo, Beethoven dijo que a los presentes los movía el patriotismo y la entrega hacia quienes tanto habían ofrecido en beneficio de todos. Y debió de ser de una dedicación increíble la de Beethoven como director de aquel estreno, pues Louis Spohr (1784-1859) menciona cómo sus gestos fueron de gran entusiasmo, saltó en el podio y hasta se desagarró los brazos en ese abnegado esfuerzo de dirección.

 

La obra fue recibida con general aclamación, por lo que no solo se debió dar otra función cuatro días después, sino que en el mismo estreno se debió repetir el Allegretto que constituye el segundo movimiento, nada más terminar de ejecutarse este, inequívoca prueba del éxito.

 

Se engloba la Séptima sinfonía dentro del espíritu épico y grandioso de muchas celebradas obras beethovenianas, frecuente en sus sinfonías impares. Cuando empezó la composición, el ejército napoleónico se planteaba una campaña militar contra Rusia de grandes proporciones.

 

La obra despliega un universo armónico inaudito y trasciende por completo el anterior sinfonismo clasicista en el camino que Beethoven ya había iniciado años atrás, muy en especial con la Tercera sinfonía ‘Heroica’ (1804), hacia el Romanticismo. Sus continuos recursos rítmicos, en especial ritmos punteados y vivos, llevaron a Richard Wagner, en cita infinitamente repetida, a decir que esta sinfonía era “la apoteosis de la danza”. Se trata de una sinfonía de apariencia natural, de general intuición musical, pero llena de rigor y altura en la inspiración.

 

Si la obra se inicia con un primer movimiento de forma sonata, lleno de ritmos punteados como en una alígera danza, con modulaciones cambiantes y vertiginosas, la llegada del allegretto del segundo constituye una inmersión en el proceloso océano de la magia musical, del misterio más profundo en una esfera de presión fúnebre que no responde realmente a un entorno sepulcral. Comienza con las cuerdas y sirve para comprobar cómo Beethoven, tras su estudio de las cuerdas en Haydn, desarrolla unas capacidades al respecto de gran altura. Tras las cuerdas se van incorporando los demás instrumentos hasta un tutti eminente y admirable. Es puro ritmo, y hasta algunos lo han comparado con un tipo de procesión, porque en efecto puede sugerirla. Años antes, en 1806, el tema de este movimiento ya había pensado Beethoven incluirlo en el movimiento lento de su Cuarteto de cuerda n.º 9, op. 59-3.

 

El tercer movimiento, un presto con una variación del tema del primero y un contraste claro con el allegretto del anterior, se deriva de himnos religiosos de pastores austríacos.

 

Y el “Allegro con brio” que constituye el cuarto y último movimiento es todo energía, de una fuerza soberbia que semeja una danza de encendida y una radiante rotación. Es el empuje sumo, el ímpetu y la bravura sin concesiones, la absoluta explosividad.

 

Tal frenesí impactante en los movimientos primero y cuarto llevó a que músicos y compositores como Carl Maria von Weber (1786-1826) o Friedrich Wieck (1785-1873), padre de Clara Schumann, consideraran que se habrían compuesto en estado de ebriedad o con su autor listo para ir al manicomio. A cambio, mucho más recientemente, un filósofo y musicólogo de la categoría de Theodor Adorno (1903-1969) consideraba a esta Séptima de Beethoven como la sinfonía por excelencia.

 

Desde los inicios fue considerada una magna obra, y en noviembre de 1815 se publicó la primera edición de la sinfonía así como partes de ella y una reducción para piano. Por otra parte, en 2018 se descubrió una copia de la partitura con una dedicatoria autógrafa del compositor: “A mi querida amiga Antonie Brentano, de Beethoven”. Fueron íntimos amigos entre 1810 y 1812, que viene a corresponder con los años de composición de la sinfonía. Acaso sea ella la “amada inmortal” de la célebre carta de Beethoven.

 

Imprescindible para:

  • Escuchar una auténtica obra magna de la música sin limitaciones.
  • Vivir en primera persona el célebre allegretto, una de las cimas musicales de todos los tiempos.
  • Exaltarse con el ánimo pujante de los movimientos primero y último, de una inefable resolución.
  • Ahondar en la senda innovadora de Beethoven como precursor de la música romántica.
  • Pasar nueva revista al espíritu épico que anida en buen parte de la producción beethoveniana.

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