Concierto 3 diciembre: Sinfonía núm. 5 de Mahler

Continuamos nuestro recorrido por el programa del concierto del 3 de diciembre en la Sala Sinfónica del Auditorio Nacional, y hoy nos detenemos en la Sinfonía núm. 5 de Mahler.

 

Este será el programa completo:

Tchaikovsky

Concierto para violín y orquesta en re mayor, op. 35

Mahler

Sinfonía núm. 5

 

Mahler
Sinfonía núm. 5

Pocas veces una obra musical se encuentra en el imaginario colectivo tan estrechamente vinculada a otra obra de arte como el monumento musical que constituye la Quinta sinfonía de Gustav Mahler (1860-1911) lo está a la película de Luchino Visconti Muerte en Venecia (1971) —escrita sobre la novela homónima de Thomas Mann—, muy en especial el adagietto con que se concibe y expresa el cuarto movimiento. La adscripción de ambas joyas, la cinematográfica y la musical, con la obvia base literaria, forman un indisoluble totum de belleza inmarcesible.

 

La culminación de esa belleza en cinco movimientos —ajeno por tanto a la estructura clásica de cuatro tiempos—, con una larga extensión en torno a los 70 minutos, costó un colosal esfuerzo a su autor, que nunca debió revisar en tantas ocasiones ninguna de sus otras sinfonías como esta que nos ocupa. Comenzó su composición en el verano de 1901 en su casa de verano de Maiernigg, junto al lago Wörther, ya que necesitaba componer en el período vacacional, pues durante la temporada su tiempo se veía muy constreñido por la ocupación como director de orquesta en Viena, pero hasta 1911, año de su muerte, continuó Mahler retocando y reinstrumentando insistentemente esta sinfonía. Quizá se añadía para tal inestabilidad compositiva la cuestión de que, desde su Primera sinfonía, la Quinta era la primera exclusivamente instrumental, lo que le obligaba a una factura aún más esmerada en este aspecto.

 

En la casa de verano compuso los dos primeros movimientos y parte del tercero, esto es, del scherzo; la primera instrumentación corresponde a 1903 y el estreno, bajo la batuta del propio autor, se verificó en Colonia el 18 de octubre de 1904. Y desde este mismo día siguió complementando y revisando la sinfonía, según las experiencias que sacaba de interpretaciones relevantes, como las que tuvieron lugar en Viena. Incluso en el inicio de la temporada 1910-1911 se llevó a Nueva York la obra para una nueva revisión. Acaso también le influyó que, desde los comienzos, algún autor como Richard Strauss, que había asistido al estreno, le habían manifestado que la obra está sobreinstrumentada.

 

Y es que en el recorrido inicial de las primeras versiones la Quinta sinfonía aglutinó un buen número de críticas negativas, lo que llevó a Mahler a sostener en 1905, tras un nuevo fracaso en Hamburgo, que era una obra maldita y que nadie la entendía, pero lo cierto es que el compositor se estaba adentrando en una nueva etapa de creación. Ni siquiera la obra tiene una tonalidad definida válida para los cinco movimientos —agrupados en tres secciones— de que consta la Quinta sinfonía.

 

No obstante, las innovaciones de Mahler trascendían el ámbito tradicional, pero con un fuerte engarce en los valores musicales del pasado. Así, en el verano de 1901, cuando comenzó a componer la obra, lo que estudiaba en su casa de Maiernigg era la música de Johann Sebastian Bach como punto de partida para un nuevo lenguaje musical. Pensaba que en Bach estaba la génesis de toda la música y reconocía su modernidad armónica y su creatividad polifónica. Obviamente Mahler no se convirtió en un compositor neobarroco, pero sí utilizó el conocimiento de aquellas composiciones para la acomodación a su nuevo universo sinfónico de texturas polifónicas, del empleo sabio del fugato o de inefables reminiscencias corales que tuvieron cabida en la fase crucial de su producción.

 

De las tres secciones en que se divide la sinfonía, la primera engloba los dos primeros movimientos, con relaciones temáticas. El inicio de esta Quinta de Mahler parece hacer un guiño a la Quinta de Beethoven, con el comienzo con tres breves notas cortas y rápidas y una de mayor duración. Por otra parte, el hecho de que Mahler creciera cerca de un cuartel militar se interpreta como causante de su habituación a las fanfarrias; y a la manera de las fanfarrias militares, de manera rápida y fugaz, escribió Mahler que se interpretaran motivos del primer movimiento, el cual encierra una marcha fúnebre con una seria fanfarria de trompeta como elemento principal. Reminiscencias de este movimiento se encuentran en el segundo, en un tono incluso doliente y riguroso, con la solicitud mahleriana de ejecutarlo con absoluta vehemencia, de modo enérgico, como resulta desde el inicio este tiempo.

 

La segunda sección la constituye en exclusiva el tercer movimiento, un largo y completo scherzo monumental que Mahler descifraba como representación del hombre en el esplendor del día, en el punto culminante de su vida. Es capaz de aunar el scherzo los ländler, típicos bailes folclóricos austríacos, con el refinamiento y la distinción del vals vienés, del mismo modo que este tercer movimiento, el más largo de la sinfonía, combina alegría y tristeza, frente a la oscuridad de la marcha fúnebre del comienzo de la obra.

 

La tercera sección reúne los movimientos cuarto y quinto. Sin duda es el cuarto, el celebérrimo adagietto, la pieza más conocida del compositor, acaso de toda su creación musical. El adagietto es un dechado de sentimiento absoluto, un respiro lento, vaporoso y letárgico en el que, mientras el resto de la orquesta permanece en absoluto silencio, solo intervienen las cuerdas y el arpa, esta última como una especie de particular bajo continuo. El espíritu amoroso y dulce que rezuma entronca con la experiencia vital mahleriana, pues apenas unas semanas antes había conocido Mahler a Alma, —la que después será su esposa—, tras lo cual le envió el manuscrito de este sensible y emocionante adagietto sin añadir ni una sola palabra. La futura Alma Mahler entendió que aquello era una conmovedora declaración de amor escrita solo con notas musicales como único texto. El movimiento melódico se resuelve con la misma calma con que se desempeña en su totalidad.

 

El allegro del quinto movimiento, con el que termina la tercera sección y la sinfonía, recupera el espíritu enérgico frente a la nebulosa apacibilidad del anterior y acaba con una agitación impetuosa y arrebatada, creciendo y acelerando hasta la última nota, como indicaba el propio compositor.

 

Imprescindible para:

  • Disfrutar en vivo de una de las páginas más aplaudidas de la historia de la música: el primoroso y delicado adagietto, declaración de amor sin palabras.
  • Escuchar una obra clave para entender el paso del Romanticismo decimonónico a la música del siglo XX y a los nuevos derroteros de la composición y el arte.
  • Regocijarse en unos movimientos largos y cargados de contenido musical.
  • Contemplar el resultado de la obra más reelaborada de Gustav Mahler, mil veces concebida y transformada.

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