Concierto 5 octubre: Concierto para piano núm. 2 de Rachmaninov

Continuamos nuestro recorrido por el programa del concierto del 5 de octubre en la Sala Sinfónica del Auditorio Nacional, y hoy nos detenemos en el Concierto para piano y orquesta núm. 2 de Rachmaninov.

 

Este será el programa completo del concierto:

Rachmaninov

Sinfonía juvenil en re menor (Youth Symphony)

Rachmaninov

Concierto para piano y orquesta número 2 en do menor, op. 18

Rachmaninov

Sinfonía número 2 en mi menor, op.27

 

Concierto número 2 para piano y orquesta de Rachmaninov (1873-1943): entre la fascinación por la belleza y la sanación como terapia; el ascenso irrefrenable de la seducción estética y la superación de las dolencias psíquicas del autor y de las crisis compositoras, sumadas a las maquinaciones para conseguir un amor casi imposible. Para algunos, el concierto más hermoso jamás compuesto; para otros el de mayor belleza melancólica; y para acaso la mayoría, «el concierto», así, por definición y antonomasia.

 

 Cuando en 1900 el compositor ruso aborda la creación de este concierto, se halla inmerso en una depresión paralizante, en una desmoralización personal y artística por el fracaso estrepitoso de su Primera sinfonía, estrenada en San Petersburgo en 1897 bajo la dirección de Alexander Glazunov, al que se acusó incluso de ejecutar ebrio su labor. Rachmaninov cargó contra la impericia del director y su incomprensión de la obra, pero esos embates no le libraron de sumirse en un desánimo atroz, prueba de que alguna responsabilidad se achacaba a sí mismo, lo que le llevaba a un estancamiento insuperable.

 

Por intercesión de su tía, antigua paciente suya, se puso en manos del médico ruso Nikolái Dahl (1860-1939) —músico aficionado—, que le prescribió un tratamiento diario durante tres meses, entre enero y abril de 1900, basado en procedimientos de psicoterapia y en rutinas de hipnosis. No hay que olvidar que Rachmaninov se debatía por aquella época en otros horrores, inmerso en otra perturbación personal: su amor por Natalia Sátina —clandestino durante un tiempo— que, al ser prima hermana suya, no contaba con los beneplácitos de la familia, al margen de necesitar una dispensa eclesiástica o del zar que no lograban por mucho que usaran algunas artimañas.

 

Sumido en esa situación mental angustiosa y en esa realidad afectiva aciaga, participó en una reunión en casa de su admirado León Tolstói, donde ejecutó una pieza propia al piano tras la cual el escritor —que otorgaba cierto reconocimiento al Grupo de los Cinco— le preguntó que para qué servía esa música, pues solo creía en la validez de la música tradicional y popular, de modo que consideraba inútil y superflua la música culta, ociosa por completo.

 

Con la mente bloqueada al máximo tras el descrédito del público, el corazón destrozado por un amor imposible y el orgullo herido por la indiferencia de su venerado literato, la labor de Nikolái Dahl se adivinaba compleja, pero por fortuna surtió efecto, a la vista del magnífico Segundo concierto de piano, pues se desbloqueó la mente de Rachmaninov y las dotes creadoras y melódicas volvieron a fluir frescas. No es extraño, por tanto, que el dedicatario de la obra sea Nikolái Dahl, a quien todos le debemos su éxito en tal difícil misión. Difícil resulta creer que tal obra parta de la más absoluta carencia de autoestima artística y del hundimiento como individuo.

 

 

 

Y la terapia se diría que ha servido tanto en la composición como en la recepción, pues José Carreras en su Autobiografía. Cantar con el alma (1989) recuerda los momentos en que se debatía entre la vida y la muerte: «La música puede ser también una saludable medicina […] Mi pieza favorita en aquellos momentos no era ningún aria ni nada relacionado con el mundo de la ópera. No, se trataba de un concierto de piano, el Concierto número 2 en do menor de Rachmaninov. […] No puedo decir por qué éste, precisamente. Pero algunos días lo puse repetidamente durante horas enteras».

 

 Algunos creen que Rachmaninov escribió el concierto por el amor a Natalia, con la que finalmente pudo casarse en 1902, matrimonio del que nació su hija Irina en 1903. Sea como fuere, tras estrenar los dos últimos movimientos el 2 de diciembre de 1900, el concierto completo se estrenó el 27 de octubre de 1901, en ambos casos con el propio compositor como solista. Su completa recuperación psíquica era obvia y el éxito le supuso una inmensa reputación internacional como autor, al margen de comenzar la idealización de este Concierto número 2 que jamás se extingue, con la aclamación continua del público y con la interpretación de todos los grandes pianistas, que han querido aportar su interpretación personal, aunque tanto éxito ha ensombrecido algo el resto de su obra. Por otra parte, ha sido versionado en muchas ocasiones por cantantes de todo tipo, como Frank Sinatra, y formado parte de las bandas sonoras de un sinfín de películas (Billy Wilder, Clint Eastwood…), empezando por la célebre Breve encuentro (1945) de David Lean, a la que tanto sirve de soporte y que le confiere un tono tan especial y definitivo.

 

No se trata, como su Tercer concierto, de una obra necesitada de un ejercicio virtuosístico, pero sí de gran precisión técnica para abordar la variada riqueza de la partitura. Prepondera la composición sobre el exhibicionismo y, al margen del diálogo propio de un concierto entre solista y orquesta, la interacción concomitante de ambos es muy frecuente, lo que obliga al director a medir los planos sonoros para no oscurecer al pianista y ofrecer una solidaridad musical realmente audible y brillante, suma de colores bien definidos.

 

I. Comienza con unos acordes que evocan campanadas, lo que concede un aire enérgico y trágico, como el primer tema del movimiento introducido con fuerza por la cuerda —el “tema ruso”—, así como nos retrotrae a la más clara esencia de lo romántico, frente a un segundo tema melódico y lírico. Final notorio, pero no excesivo, que corresponde al final del concierto.

 

II. Tiempo lento de extraordinaria belleza melódica, de estructura semejante a la de un nocturno. El tema rezuma dulzura y la orquesta encauza y mantiene la melodía. Inolvidable.

 

III. Muestra su energía rítmica desde su arranque y muestra una entrada ardorosa y vehemente del piano. La obra acaba en un final virtuoso sobre el segundo tema —retomado del segundo tema del primer movimiento—, tras haber sido este expuesto de manera fastuosa durante el movimiento final. Estas reminiscencias temáticas cíclicas son muy del gusto romántico, en especial tras la Novena de Beethoven.

 

Imprescindible para:

 

  • Deleitarse con el lirismo más arrebatador que cabe imaginar.
  • Recrearse en la audición fascinante de la suma belleza melódica, unida a una excelencia armónica y a una sabia orquestación.
  • Disfrutar de una de las mayores expresividades pianísticas de la historia de la música.
  • Contemplar en directo un ejercicio de autoafirmación y de superación personal insólito en el devenir de la creación artística.
  • Gozar una obra de arte universal y prendarse de la beldad en estado puro de un texto nítido y brillante.
  • Escuchar el concierto más asentado en la memoria general de los oyentes, obra que concilia la popularidad con la altura artística.
  • Percibir una parte orquestal portadora como pocas veces de la melodía.
  • Degustar la obra más significativa del último representante del Romanticismo ruso, cargada de pasión y sentimiento.

 

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