Concierto 5 octubre: Sinfonía núm. 2 de Rachmaninov

Continuamos nuestro recorrido por el programa del concierto del 5 de octubre en la Sala Sinfónica del Auditorio Nacional, y hoy nos detenemos en la Sinfonía número 2 de Rachmaninov.

 

Este será el programa completo del concierto:

Rachmaninov

Sinfonía juvenil en re menor (Youth Symphony)

Rachmaninov

Concierto para piano y orquesta número 2 en do menor, op. 18

Rachmaninov

Sinfonía número 2 en mi menor, op.27

 

Rachmaninov

Sinfonía número 2 en mi menor, op. 27

 

Tras los sucesos de la Revolución rusa de 1905, que se extendieron a lo largo de todo aquel año, Rachmaninov, ajeno a los grupos protagonistas de aquella agitación social, decidió abandonar su país, a pesar de ser el director del Teatro Bolshói, y trasladarse con su familia en noviembre de 1906 a la encantadora ciudad alemana de Dresde, donde permaneció hasta 1909. Allí escribió la Sinfonía n.º 2 entre 1906 y 1907, estrenada con gran éxito bajo la dirección del propio autor en el Teatro Mariinski de San Petersburgo el 8 de febrero de 1908, gloria que se repetiría una semana más tarde en Moscú. Acabó ganando con ella el prestigioso Premio Glinka, cuando con el Concierto n.º 2 de piano no pasó del segundo puesto unos años antes. Rachmaninov dedicó la sinfonía a su profesor Serguéi Tanéyev, a su vez alumno de Chaikovski.

 

Se autoafirmaba el autor definitivamente como compositor, su principal objetivo, al margen de sus facetas como pianista y como director. De hecho, en la gira por Estados Unidos en la que presentó su Sinfonía n.º 2, recibió una oferta para convertirse en el director permanente de la Orquesta Sinfónica de Boston, pero prefirió volver a su Rusia natal, de la que debió salir en 1917 por la Revolución soviética y a la que nunca más pudo volver.

 

La Sinfonía n.º 2 es una de las obras más celebradas de Rachmaninov por el público, y hasta algunos consideran que el Adagio del tercer movimiento es la música más hermosa que jamás escribió su autor, en especial gracias a su exquisito lirismo. Incluso Gustav Mahler la ensalzó por ese lirismo y por su naturalidad. La obra transmite durante toda su extensión inquietud y emoción. Con Rachmaninov la música es expresión continua de sentimientos, bella melodía incesantemente fluyente; su música apenas tuvo evolución a lo largo del tiempo.

 

I. Largo – Allegro moderato. Empieza con una clara influencia de Chaikovski —reconocida por Rachmaninov—, cargada de melancolía, en un largo movimiento en el que se observa el dominio de la suspensión y del carácter etéreo y misterioso. Domina el sentimiento y la pasión, en especial en el segundo tema, de mayor concentración lírica, algo decadente. Alterna lo turbulento con lo contemplativo, lo trágico con lo sereno, en una música emocional sin pretensión alguna de resultar innovadora; pura tradición postromántica.

 

II. Allegro molto. Según costumbre en la música rusa, asentada por Borodín y por Balákirev, el scherzo figura delante del movimiento lento, que pasa a ser el tercero. Incluye dos temas, uno de gran fuerza y otro de gran lirismo romántico, todo de gran brillantez, que pasa a ser el leitmotiv de la obra. Destaca de nuevo el aire chaikovskiano en el lirismo del trío. El final protagonizado por los metales deriva del Dies irae y resulta conmovedor. Es un movimiento de contrastes continuos y de cambio de color.

 

III. Adagio. El movimiento popular por antonomasia, considerado por muchos la música más bella creada por Rachmaninov. De gran nostalgia, las cuerdas presentan el primer tema y posteriormente el clarinete expresa una inspirada música melancólica y poética que nos recuerda de nuevo el primer movimiento. De tono general cantabile y mágico, alcanza un clímax sensual y emotivo de suma intensidad, casi irrepetible, pasmoso y pasional al tiempo, sublime a fuerza de recrearse en la ensoñación más bella. Dramatismo lírico que no da tregua a lo largo de un extenso movimiento. Pasión humana y contemplación espiritual.

 

IV. Allegro vivace. Alegre, enérgico y de brillante tema principal y de finale brioso, heroico y algo turbulento e inquietante. Reaparece el romántico tema de la cuerda del tercer movimiento y la recapitulación de temas de toda la sinfonía, en la línea de la tradición rusa, expuesta con una rica y señalada instrumentación, con nuevo clamor desenfrenado de campanas. Grandeza y esplendor propios de Rusia, suma explosión, exaltación desenfrenada y optimista.

 

Imprescindible para:

 

  • Escuchar la música quizá más bella de Rachmaninov, en especial el adagio del tercer movimiento.
  • Percibir la obra del último romántico, cargada de expresividad.
  • Advertir en el escenario el legado musical de Chaikovski.
  • Comprender la obra de un autor a contracorriente, criticado por las vanguardias por su tendencia a la emocionalidad y adorado por el público por su apuesta melódica.
  • Atender en directo a la instauración del tema musical como principio, propio del autor, ajeno en buena medida al contexto musical de su época.

 

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